martes, 25 de septiembre de 2012

EN TIERRA EXTRAÑA




Salir de vacaciones es una maravilla, viajar a otros lugares para conocer otras tierras es enriquecedor y muy recomendable. Ser turista es emocionante. Generalmente la gente es un poco condescendiente contigo y trata de que te lleves una buena impresión de su tierra y eso hace tu visita más placentera. 

Puedes ser turista en tu mismo país, no tienes que irte al extranjero para experimentar esto… bueno depende… si vives en Belice, donde recorres tu país en 3 horas en autobús... pues ahí no habrá mucho cambio, pero en México, donde atravesarlo de punta a punta conlleva un vuelo de 4 horas, ahí si sientes un cambio muy notable. 

Ahora, para fines de esta publicación, definamos que una cosa es ser turista y otra cosa es ser extranjero. Un turista, es aquel que va de viaje de placer, que lleva su dinero y lo gasta en el país anfitrión. Un extranjero es el que vive en un país ajeno. Y esta diferencia lo cambia todo.

Una cosa es "Bienvenido, conoce nuestra tierra" y otra cosa es "Bienvenido, habita en nuestra tierra". Es como el asunto de las visitas en casa, te alegra que lleguen, pero si tardan mucho en irse, ya empieza a ser incómoda la cosa. 

Como mexicano en tierra española no me puedo quejar; la gente fue amable a su manera y me abrieron las puertas y me dieron su amistad. Las personas extranjeras en España también me trataron muy bien, se podía sentir la confraternidad de compartir el hecho de no ser de allí. Por otro lado, el mexicano es bien visto en el mundo, eso suaviza las cosas. 

Tengo un par de quejas sobre el recibimiento, pero en general, la gente me trató muy bien. En París, pese a su fama y a las malas reseñas españolas, me trataron sorprendentemente bien. Intentaban entenderme entre francés, inglés y español. La gente española coincidía en que era por ser mexicano y por cierto, por ser turista. 

Sin embargo, a pesar de todo eso, el ser extranjero tiene su grado de dificultad. Conlleva cierto estrés. No sabes los usos y costumbres del lugar y la curva de aprendizaje puede ser penosa. Desconoces cómo moverte, a que lugares poder ir y a cuales no. 

No sabes la confianza que te da estar en tu país hasta que vives en otro. Viví en Madrid 2 años, y en ese tiempo, casi un año estuve como "ilegal" porque nunca recibí el aviso de autorización de mi visa de estudiante. Pero no tuve problemas con la policía, al final pude obtener la visa, sin embargo, todo el tiempo que no la tuve, me otorgó un estrés ligero pero constante. Cuando tuve la visa me sentí aliviado y esa preocupación se fue;  pero cuando pisé mi país, descubrí que durante los dos años en Madrid tenía otra capa de ligero estrés sobre mi que no me había dado cuenta. 

A los 5 minutos de estar en México un policía prepotente me hizo preguntarme a mi mismo por qué extrañaba mi tierra… pero el hecho de saber cómo funcionan las cosas me daba seguridad. 

Caminando en el metro madrileño, llegué a encontrarme unas cinco veces a policías encubiertos que detenían a extranjeros indocumentados, como yo no contaba con mi visa en esos momentos, sudaba frío. Procuraba pasar junto a ellos y muy seguro de mi mismo para que no sospecharan de mi; y así fue, nunca me pidieron mis papeles. Si me los hubieran pedido, pasaría una de dos cosas: 

1.- Pago una multa de 500€ y podría seguir en Madrid. Al siguiente día me podrían detener otra vez si tengo mala suerte y multarme de nuevo, y así sucesivamente hasta que regularice mi estancia. 

2.- Me deportarían a México. Dirán "pues así te ahorras el gasto del vuelo"… tal vez… pero no podría tomar nada de mis cosas, así como me agarraban, así me enviaban de vuelta, sin nada de maletas. Al menos eso es lo que me contaba la gente de allí. 

El mejor de los casos era la multa, y es entendible, ya que el gobierno español prefiere que le pagues, a apagar tu vuelo; tiene sentido. 

SENTIRSE EN CASA

En Madrid hay muchos extranjeros, pero muchos. Muchos de ellos (los jóvenes generalmente) se sienten como en casa. Mientras más infancia hayas tenido en Madrid, más madrileño te sientes. Al principio no entendía eso. No entendía cómo se podían sentir más español que peruano, o boliviano, o ecuatoriano; me preguntaba si era cuestión de tiempo. 

Por otro lado, vivía con un matrimonio de unos 60 años de edad; ellos son mexicanos, y llevan 20 años viviendo en España. Están muy contentos con vivir allí y no quieren volver a México, sin embargo, su corazón está aquí en su tierra. 

Contrasto estas dos situaciones y encuentro que el factor no es el tiempo en un país, sino tu formación. No importa tanto el  tiempo que vivas en un sitio, sino que tanto te formaste como persona en él. 

Mis amigos jóvenes pasaron gran parte de su infancia y adolescencia en Madrid, por lo tanto, su formación es madrileña, su historia es madrileña, sus recuerdos son madrileños, y aunque genéticamente no sean de allí, difícilmente comprenderían su vida fuera de España.  

También están los "payasos" que llegaron ya grandecitos a la capital española y apenas con 3 años de vivir allí ya se creen más españoles que el Rey Juan Carlos y hablan con acento español no adquirido naturalmente, sino mal imitado… pero ese es otro asunto. Respecto a la decepción de mis amigos y familiares al escucharme sin acento español cuando recién llegué a Mérida, les digo: El acento y el vocabulario se te puede llegar a pegar, pero ese asunto de las "Z" y las "C" no se te pega al menos que quieras; así que esos no-españoles del principio de párrafo que te escribí, son unos payasos (incluyendo Hugo Sanches, Luis García, Paulina Rubio, y Zague con su acento portugués). 

Llegó el momento en que me sentí muy cómodo estando en Madrid, casi me gustaba más que Mérida (casi), pero nunca me llegué a sentir ni remotamente más local que extranjero, y el asunto es que mi historia es mexicana. Y funciona revés, me siento más yucateco (gentilicio de Yucatán, México) que regio (gentilicio de Monterrey) porque aunque nací allí, toda mi historia la forjé en Mérida, Yucatán; no comparto nada con las personas del lugar donde nací. 

Con la crisis económica española, muchos latinoamericanos regresan a sus países, España ya no es un lugar para hacer futuro. Te hablo de personas que llevan diez o más años en la península ibérica; me pregunto cómo será el recibimiento de su gente y cómo se sentirán ellos. Ponte a pensar, regresas a donde se supone que es tu casa, tu origen, pero no te resulta familiar, al menos no tanto como el país extranjero donde te has formado. 

Es como los mexicanos de segunda o tercera generación en Estados Unidos, que son más racistas contra nosotros que los mismos gringos sureños, que por cierto sus antepasados todavía eran mexicanos hasta que perdimos esos estados. 

Es como tarzán que se crió con gorilas, al menos en la versión de disney, no se puede ir con la gente, su sitio está donde está su historia, en la selva. O superman que se crió en la tierra. 

Por el contrario, cuando estaba en Madrid y era fecha de alguna fiesta patria mexicana, hasta la canción "México lindo y querido" me conmovía; pero te apuesto que si me hubieras preguntado si me quería regresar a Mérida en ese momento, te hubiera dicho que no. 

No hay una conclusión a la cual llegar, pero me parece interesante. 

martes, 11 de septiembre de 2012

CON LA MUERTE FRENTE A MI




La preparatoria (bachillerato) fue una de las etapas más bonitas de mi vida. Fue realmente buena, me dio mucha tristeza que terminara y que cada uno de mis amigos tomara sus caminos. Caray ... Esta vida y sus cambios... Bueno, al punto. Ésta historia que te contaré ocurrió casi al final de la preparatoria, tiene como protagonistas a mis 6 amigos más cercanos y al papá de uno de uno de ellos. Ocurrió en uno de los atractivos turísticos de Yucatán, los cenotes de Cuzamá. 

Comencemos poniendo el escenario. En Yucatán el suelo es cavernoso. Es como un gran queso gruyer de roca sólida. Digamos que vivimos sobre cuevas y ríos subterráneos. 

Éstas cuevas a veces están llenas de agua y les llamamos cenotes. Son una especie de piscinas naturales. Aquí te muestro una foto. 

Cuzamá es un complejo de cenotes donde la mayor atracción es que puedes nadar en 3 o 4 de ellos pero siendo transportado a cada punto por una carreta sobre unas rieles tirada por un caballo. Para la gente de ciudad, es una experiencia del pasado muy recomendable. 

Ésta foto es actualizada, cuando nosotros fuimos, la carreta solo era una superficie de madera y ya; sin techo, ni asientos. 

 Allí íbamos mis amigos y yo emocionados por tener nuestra primera excursión juntos. El primer cenote es el más cómodo para acceder a él y nadar, los otros 3 son más del tipo “aventura”. De cualquier forma, todos tienen su riesgo por la profundidad, el primero en particular era tan profundo que no podíamos ver el fondo.  

Luego a alguien se le ocurrió una idea. Ya sabes como somos los adolescentes varones, uno reta a hacer algo y te enciende un fuego interno. El plan que dos de mis amigos tuvieron era ir hasta el final del cenote, porque allí al fondo había una piedra muy grande donde podíamos pisar, descansar y regresar, y así ... Pues... Pues así nada; no sé qué ganábamos con eso, ya dije, éramos adolescentes. 



Por su puesto, los dos amigos de la idea y motivación sabían andar muy bien. Rigel (el de la historia del coatí. Lee la historia aquí) había tomado clases de natación toda la vida. Él era mi mejor amigo, así que me insistía a participar, después de todo, yo había tomado unas cortas clases de natación también en los clubes (tipo scout) de nuestra iglesia Adventista del Séptimo Día, así que podría lograrlo. 

Yo hacía cálculos mentales de mi habilidad y mi grado de energía y no estaba muy seguro de poder lograrlo. Les dije que yo no iba y ellos dos emprendieron el recorrido mientras el resto de nosotros solo veíamos en la orilla. A los 20 segundos aquel fuego interno del que te conté ardió con más fuerza y me impulsó a no quedarme atrás; así que ahí va el menso de David tras ellos. 

La verdad ni tan menso, porque mis cálculos eran que sí podía llegar y hubiera sido si no fuera por un pequeño detalle... ¡La roca ya no estaba!

Metros antes de que alcanzara a mis amigos a la zona donde buscaban la piedra me percaté de que no la encontraban, además habían unas cosas negras raras en el agua, como moho que los habían hecho pararse de golpe. Ahí dije: “Oh, oh”. Si no la encontraban, significaba que tendríamos que regresar sin descansar y yo sólo tenía energías de ida, no de ida y vuelta. 

-¡¿No está la piedra?! - Pregunté asustado.
-¡No! - me respondió Rigel con preocupación tal vez intuyendo mi situación.

Rápidamente me dirigí hacia la pared izquierda de cenote que estaba a unos 8 metros de mí, les grité: “¡Ya no puedo”! En su impotencia Rigel me empujó con su mano hacia la pared donde me dirigía en un afán de hacer que llegara más rápido. Pero poco importaba la rapidez con la que llegara allá, la piedra estaba lisa porque el agua la había pulido durante los cientos o miles de años y le había dejado una capa de verdín. 

Cuando llegué a la pared entonces sí me asusté. Como expliqué, no había de dónde sujetarme, la pared no solo era lisa y resbalosa, además estaba en declive hacia adentro (como ves en la foto). Me hundí muchas veces, tantas que hasta pude ver que bajo del nivel del agua estaba tallada en la piedra el nombre de una pareja enmarcados con un corazón. Detalle importante para saber qué había pasado con la roca que no encontramos. 

En ese momento, el papá de Rigel que nos acompañaba se lazó para ayudarme, pero estábamos a unos 20 o 30 metros de distancia, así que se iba a tardar en llegar.

Pensé que moriría allí. Un pensamiento que me cruzó fue: “mi mamá me va a decir: te lo dije”. Sí... Al parecer eso fue lo que me preocupaba en ese momento. 

En serio pensé que iba a morir. Para entonces, ya estaba intentado sujetarme arañando las paredes, la desesperación iba en serio. En una de las tantas veces que me hundí, no sé cómo pude ver bajo el agua una pequeña hendidura en la piedra. De inmediato puse las manos en ella y era como cuando a una caja grande le hacen unos cortes para que puedas meter las manos y cargarla. Evidentemente están hechos para levantar, no para sujetarse, y estaba a unos 40 cm de bajo del nivel del agua; pero la adrenalina hace maravillas, ojalá y la pudiéramos controlar a voluntad. Lo grandioso es que esa hendidura me daba por lo menos un punto de fijación a la pared, eso ya era ganancia. Como no podía empujarme hacia arriba con eso, usé mis piernas como “tensores”, y con mis brazos sujetos a la hendidura y mis pies haciendo tensión también, pude sujetarme tipo spiderman a la pared, sin más apoyo más que la tensión que ejercían mis piernas hacia el lado contrario a la pared y la tensión de mis brazos hacia la pared.

Ya estable, pero en shock por haber visto esa bendita hendidura, llegaron Rigel y su papá a ayudarme. Pero ya estaba a salvo. Les dije que ya aquí podía descansar y recuperar fuerzas para volver por mí mismo. 

Rápidamente el gusto por estar vivo se transformó en vergüenza ante el grupo y el papá de Rigel por haber casi muerto. Pero mis amigos eran buenos conmigo, no se burlaron de mi... Bueno no mucho... Bueno, menos de lo que hubiera merecido. 

Lo que había pasado con la roca que no estaba, se debía a que el nivel del agua del cenote sube y baja dependiendo la temporada de lluvia o sequía; así que estábamos en una temporada donde el nivel del agua era alto y sobrepasaba por mucho la roca.

Un año después dediqué todo un verano a aprender a nadar bien, Mariel (la hermana de Rigel) fue mi maestra; y hoy por hoy me considero un buen nadador. Nunca le conté a mi mamá lo sucedido, así que esto queda entre nosotros.