martes, 5 de junio de 2012

HOLBOX




Desde que estaba en el vientre de mi mamá realizaba viajes cada año a una islita del caribe llamada Holbox (se pronuncia "Jolbosh"). En ella había una población pequeña, unos setecientos u ochocientos habitantes cuando mucho; donde su actividad principal era la pesca. 

Ahí teníamos una casa. Es como nuestra casa de verano, pero en una isla. Cuando era niño la isla tenía un ambiente rústico, la mayoría de las casas eran de madera, toda la gente se conocía, podías dejar la puerta abierta todo el día y nadie robaba. La playa mantenía su aspecto virgen y era un lugar genial para jugar y explorar siendo niño. Parte de nuestra diversión (o la única diversión para algunos) era ir a pescar, pero luego te contaré sobre eso. 

Ahora las cosas han cambiado bastante, aunque no he ido en 5 o 6 años, me cuentan que son pocas las casas de madera, que hay varios hoteles y mucha gente de fuera que llega a hacer negocio. 

El asunto de la pesca era algo muy loco, íbamos de mañana y tarde, una jornada de 8 horas; y no creas que pescábamos con cañas (eso es para niñas) pescábamos con el cordel en la mano, como Dios manda. 

De niño, la diversión por las tardes era salir a caminar a la orilla de la playa con mi mamá y uno que otro familiar. Nos dedicábamos a recoger  caracoles y conchas. No podía ir a pescar, porque no podía luchar contra los peces, pero cuando cumplí 13, 14 años, ya estuve capacitado para sumarme a la actividad, una cosa así como una iniciación donde te conviertes en hombre. La pesca es todo un arte que tiene mucho de fortuna también, nunca fui el pescador estrella del grupo, pero disfrutaba el aportar un pez más a la canasta de peces con la intensidad que celebras al meter un gol. 

RESCATE MARINO

En una ocasión Claudia (mi ex-novia) fue conmigo a Holbox, el viaje tomó un contexto muy distinto; ahora volví al asunto de las caminatas y dejé la pesca. Junto con sus padres y otros familiares rentamos cochecitos de golf y nos fuimos a explorar la isla; nos alejamos como 4 km del pueblo y decidimos caminar en las dunas que había creado la marea baja dentro del mar. La arena era suave y fresca y la vista muy bonita. 

Claudia y yo avistamos una cosa rara en la arena. Era algo bastante… deforme. Como un gusano de casi dos kilos de peso. Era un molusco que parecía un caracol de tierra que le faltaba su caracola. Primero tardamos en averiguar si era una cosa viva o un cadáver de algo; llegamos a la conclusión que era una cosa viva que había encallado en la orilla y no podía regresar al agua; ¿Cómo supimos tanto? No sé. De hecho, ni sabíamos si aún estaba vivo.

Todas las personas del grupo se iban, sin embargo queríamos rescatar a la cosa esa; pero nos daba asco tocarla. A demás, no sabíamos si era venenosa. Así que empezamos a buscar algo con que cargarlo y arrojarlo al mar, pero podrás imaginar que en una duna no hay muchas cosas para usar. Encontramos una concha muy grande, pero cuando intentamos cargar al molusco con ella, se escurría mucho y tuvimos miedo de partirla en dos. Por fin encontramos una botella de coca-cola vacía, la aplastamos y la usamos como pala. 

Con más asco que gusto la acerqué al mar y la arrojé. La orilla era onda, tal vez tenía un metro de profundidad. En cuando el animalito tocó el agua, recobró vitalidad y se internó nadando a lo profundo del agua y en 3 segundos se perdió en la oscuridad del mar. 

Clau y yo nos miramos asombrados de que esa criatura que parecía muerta, se haya reanimado. Después observamos otra vez el lugar donde lo arrojé y así nos mantuvimos en silencio como 5 segundos; luego nos miramos de nuevo y con esa comunicación visual que se logra con años de relación, nos empezamos a reír. Nos dijimos uno al otro: 

-"¿Qué esperábamos? ¿Que saliera para agradecernos tipo delfin?" 
-"¿Que saliera Acuaman o tritón y nos dijera: Buen trabajo chicos, tengan estas monedas de oro por su buena acción?"

Al final nos quedamos con el buen sabor de boca de haber rescatado un animal, aunque este fuera muy desagradecido. 

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